César Flores tiene 23 años. Está sentado en el cordón de la vereda, junto a sus amigos. Entre los tobillos sostiene un tambor de murga. Y mientras lo golpetea, cuenta que los jóvenes están entrando en la droga porque no tienen qué hacer. "Yo me crié en El Sapito. Ahora, los chicos andan en la calle. Necesitamos un espacio para jugar al fútbol".
- ¿Vos consumís drogas?
- Nosotros fumamos nomás. Y lo hacemos con discreción, para que no vean los chicos. Además, anda la Policía. Vienen y te alzan. Si pasás por la Bascary, te dicen 'qué hacés acá, chango'. Te pegan un par de chirlos, te hacen una contravención y te comés cinco días adentro.
- ¿Alguna vez diste motivos para que te detengan?
- No. Pasa que los chetos piensan que nosotros somos los que les roban. Si uno del countrie quiere caminar por esta diagonal, no le pasa nada. Pero si nosotros andamos por su calle, nos levanta la Policía.
- ¿Robaste alguna vez?
- No. Nos han hecho mala fama porque acá han pasado un montón de cosas. En esa esquina han violado a una chica -señala con su quijada hacia un costado-. Yo quiero que mi cabeza esté ocupada. Si no, aparece la merca.
- ¿Cómo se revierte esta situación?
- Escribí que quiero un trabajo, pero que no sea de albañil. El problema es que otra cosa no nos dan. En este barrio hay muchas necesidades. Nadie nos ha integrado. La gente piensa que somos negros, gatos y choros... ¡Eh chica! Te estoy colaborando mucho con tu nota. Me van a tener que pagar $ 100. ¡Ja, ja!
Tanto César como sus amigos ríen a carcajadas. Están haciendo sonar sus tambores a unas cuadras del club deportivo y social El Sapito, ubicado entre las calles Vía Norte y Las Higueritas, una empobrecida zona del enriquecido municipio de Yerba Buena. Todos se han criado pateando la pelota ahí dentro. Y todos creen que, debido al cierre, los adolescentes andarán drogándose en cualquier parte. Es de tarde. Como de costumbre, ha comenzado el ensayo de La Estrella del Norte, la murga que han conformado ellos mismos. Porque para estar echados ahí -dicen-, al menos hacen algo. Hablan lento, con monotonía. Algunos tienen los ojos hinchados. Carlos Ledesma interviene para decir que, en sus 21 años, jamás ha tenido una oportunidad. "Nosotros no queremos pavimento. Necesitamos trabajo. Los que tienen plata piensan en ellos nomás". Ezequiel -su hermano- ha estado callado. Se le pregunta qué espera de la vida. Y sigue callado.
Rodrigo es miembro de la organización social La Poderosa, que vela por los derechos de las personas que viven en villas. Pide que no se divulgue su apellido, porque los activistas son anónimos. Él considera que esto ha pasado en un montón de espacios públicos, o de uso público, que se han cerrado porque no ha habido una política de Estado. A su juicio, es necesario que el municipio les garantice el acceso a la recreación a quienes no pueden pagar un club. ¿Acaso no tienen derecho a despejarse cuando vuelven de la escuela o del trabajo? Los están dejando sin opciones -dice-. Luego, estima que, en esta ciudad, se han extinguido varias canchas populares en los últimos años. Cita a Las Palmeras, Los Pinos, Campo Norte y Los Corrales, por ejemplo. Otro argumento que plantea es que ahí todos se relacionaban entre sí. "En la medida en que un barrio esté mejor vinculado, será más fuerte para luchar contra los flagelos", razona.
La conversación con Rodrigo transcurre dentro del predio donde funcionaba El Sapito, detrás de algunas casas de la Vía Norte. Originalmente, por esa trocha transversal corría una vía de ferrocarril que se usaba para transportar la producción azucarera de la zona. Pero desde que los ingenios apagaron sus chimeneas -medio siglo atrás-, el territorio se ha ido poblando de casuchas, apeñuscadas a ambos lados de los rieles. De a poco, el tendido férreo adquirió la fisonomía de una calle. En 1955, los pobladores crearon el club. Dicen los mayores que le pusieron ese nombre debido a que la zona estaba llena de sapos. Mercedes Pistán conoce la historia. Nació en 1959, y se ha pasado la vida oyéndoles el cuento a sus padres. Sabe que allí sembraban habas y batatas. Que un tal Ernesto Pachado era quien las cosechaba. Y que después, cuando levantaron los sembradíos, el propietario, de apellido Castillo, les permitió que pusieran la cancha. "Nosotros macheteábamos los yuyos", cuenta.
El relato que sigue es contemporáneo: el terreno pasó a manos de un fideicomiso. En febrero de 2015, los administradores quisieron construir un complejo de viviendas llamado Las Higueritas Barrio Boutique. Pero cuando levantaron un muro entre las casas de la Vía Norte y la urbanización por venir, los vecinos se opusieron. Para sortear el desafuero, los empresarios les donaron -en un gesto de responsabilidad social empresaria, remarcaron- una cancha de fútbol cinco y una franja de terreno. "Comprendo y coincido con el planteo de la gente sobre la necesidad de espacios verdes. Pero han puesto su derecho por encima del nuestro. El terreno es privado. No soy el Estado; no puedo hacerme cargo de las necesidades de urbanización", dice un representante de ese fideicomiso. Enseguida agrega que, desde hace cuatro años, el proyecto se encuentra paralizado, pues -a decir suyo- ningún intendente ha querido asumir el costo político del caso. "Mientras tanto, pago los impuestos", aclara, durante una charla telefónica.
ABRAZO. En los últimos años, en Yerba Buena se cerraron varias canchas de fútbol popular.
Pero nada parece disuadir a la gente. En diciembre pasado llevaron su cruzada hasta el Concejo Deliberante yerbabuenense: presentaron un proyecto para que se declare el interés público del terreno, con vistas a una expropiación. Entre sus argumentos, expusieron que durante cuatro generaciones han usado y cuidado del lugar. Enrique Pistán ha sido uno de los impulsores de esa iniciativa, que nació en una asamblea popular convocada por La Poderosa. Tiene unos 45 años, le dicen Gamuza y era el profesor de fúbol de los niños, de los jóvenes y de los veteranos de El Sapito. Más que por mérito, sus tres cargos se debían a su atrevimiento. Es que, por estos rumbos, las cosas se hacen así: con guapeza y sacrificio.
- Si aparece la droga, será culpa de los políticos. Ellos nos dejaron sin cancha. Una vez, cuando ganamos un torneo, José Alperovich me pidió que lo ayude a salvar a los chicos. ¿Cómo voy a hacerlo sin el fútbol? Aquí jugaban hasta la noche, con la luz que salía de los countries- recuerda. Tres años después de aquel pedido, las cosas han cambiado. A Alperovich se le acabaron sus 12 años como gobernador de Tucumán y el entrenador también ha debido dejar su empleo, ante la desaparición de la cancha.
Escondida tras una verja, Miriam Ledesma ha estado oyendo la conversación. Al cabo, se decide y grita:
- ¡Pase! ¡Tome asiento!-. Entonces convida un mate y y dice cosas como estas: "la riqueza está en los countries y en las avenidas; para nosotros no hay posibilidades; han pasado varios intendentes que han prometido darnos las escrituras, pero ninguno ha cumplido. La droga está entrando porque los chicos no tienen dónde jugar". Silvina Pistán es otra vecina. Como Miriam, ha ido muchas veces -a lo largo de muchos años- a la Municipalidad. Y como Miriam, ha pedido los títulos de los terrenos que ocupan y que no les quiten la cancha. Pero Silvina ha pedido, además, que no los inunden. Es que enfrente de sus casas tienen otra muralla, que los separa de otro countrie.
Ese es el paisaje. Ese es todo su paisaje. Paredones delante y detrás. La madrugada del 7 de marzo de 2015, cayó un diluvio de esos que los climatólogos ponen en un estante -recuerda Silvina-. Se inundaron y tuvieron que romper a martillazos una de esas paredes, para que el agua se escurriera. "Nos han dejado encerrados entre dos tapias", explica. La Vía Norte se prolonga a lo largo de unas 10 cuadras, entre las avenidas Aconquija y Perón. Unos cuantos pasos de hombre separan una vereda de la opuesta. Las casas son, en su mayoría, de chapa y ladrillos; sin revoques. Se ven paredes pintarrajeadas y perros. En un tramo de esa callejuela, ocurre el encierro que menciona Silvina.
Quizás por todas estas cosas, aquí los jóvenes viven a merced de cualquier adicción. Aquí la droga puede propagarse como un resfrío. César sueña con un trabajo, pero no de albañil. “Gamuza” usaba el fútbol para sacar a los chicos de la droga, pero le quitaron la cancha. Silvina no quiere que la encierren las murallas de los countries. Ellos están pidiendo mucho más que un sapito. Da la impresión que el problema de fondo es la indiferencia. Quieren que la sociedad les conceda oportunidades. Que los acerquen, en vez de alejarlos.